jueves, 26 de marzo de 2015

Sabés mi NOMBRE
pero no mi HISTORIA

Has oído lo que he HECHO
pero no por lo que he PASADO

Sabés donde ESTOY
pero no de donde VENGO

Me ves RIENDO
pero no viste lo que he SUFRIDO

dejá de juzgarme

saber mi nombre no implica 
CONOCERME







miércoles, 18 de marzo de 2015

Escrito por una extrajera

El mate existe en varias partes pero yo lo conocí aquí en Buenos Aires. Al principio no me convencía pero hoy no me puede faltar, lo quiero siempre cerca. Esta es la historia de una extranjera probando el mate, esa bebida que la primera vez se siente como "beber de un cenicero".
El mate y yo.


Si vienes a Argentina, o estás acá, y quieres conocer algo bien pero bien argento lo que debes probar es EL MATE. Aunque no le gusta a todos los argentinos, podría decir que en casi todas las casas de este país hay un mate, un kilo de yerba, al menos una bombilla, una pava para calentar el agua y un termo para conservarla caliente.
Cuando llegué a Argentina lo primero que quise hacer fue tomar mate. Ahí tuve mi primera sorpresa; el mate no se compra. En una cafetería no pides “dos mates con cuatro medialunas, por favor”. No, ahí empieza la magia del mate, no se compra, se arma, se crea. Para probarlo deberás esperar a que alguien te invite o animarte tú mismo a preparar unos mates mal cebados porque para eso no sirven los tutoriales de youtube.
Luego de una semana en Argentina ya había visto gente tomar mate en el colectivo, en el parque, en clases de la maestría, en el subte, caminando por la calle, pero yo seguía sin probarlo y era incapaz de pedirle a alguien que por favor me invitara un mate. En mis clases de la universidad los compañeros tomaban mate, éramos treinta personas y el mate se lo repartían entre el profesor y los de la primera fila. Un día me senté estratégicamente al lado a la chica del mate, como quien no quiere la cosas esperé paciente mi turno, la chica me miró sin dudar y me dijo “tomás mate?”, yo, dulce y tímidamente respondí, no sé. Ahí probé mi primer mate, estaba tan caliente que apreté la boca y arrugué la cara. Mierda. Un compañero chileno me regañó disimuladamente pensando que había tenido un feo gesto con los argentinos. En voz baja le reconocí que me había quemado la lengua y el paladar. Me sentí afligida por mi gesto malinterpretado y por no saber cuándo se acababa el agua dentro del mate.
Y entonces, siguiente sorpresa; descubrí que el mate es tan sólo una yerba dentro de un recipiente de madera con formade taza, lo tapan con la mano y lo sacuden, algunos le ponen agua fría para no quemar la yerba y finalmente le ponen agua caliente. Puede ser dulce o amargo, algunos le ponen café, otros frutas, otros incluso lo preparan dentro de una fruta, como el maracuyá o la naranja. La sorpresa fue, realmente, la simpleza de lo que estaba probando. No sé qué esperaba encontrarme, pero no hallé nada emocionante. Tomé esos mates esperando el milagro, o el impacto, o lo que fuera que yo no le encontraba y que justificara su existencia. Mientras tanto, mis conocidos argentinos me miraban con cara de expectación esperando que yo me asombrara de su maravilla cotidiana. Juro que acallé mis sentidos para concentrarme en buscarle el efecto especial, pero nada pasó.
Después de casi tres años de ese primer momento extraño descubrí que la magia del mate no es en sí mismo su sabor o sus efectos físicos, que yo aún no logro descubrir. Cuando alguien muy especial me invitó a tomar unos mates descubrí que el mate es un ritual, individual o colectivo, que no se puede comparar con el café colombiano, la cerveza irlandesa ni el té japonés. Un mate es un encuentro de amigos, un abrazo familiar, una caricia de alguien especial. El hecho mismo de no poder comprar un mate preparado significa que algo tiene que tejerse para que un mate aparezca en la mesa, en el parque o en el sofá, no hay plata que lo compre, compras la yerba pero no la juntada con amigos, no el encuentro en el parque con ese que te gusta, ni la abstracción de unos mates con uno mismo.
El mate es sinónimo de compartir, parte de su magia se encuentra en su duración, que a diferencia de la cultura del café o de tomarse un vaso de cerveza, sentarse a tomar un mate requiere tiempo, no se puede hacer sin entrega; implica una disposición al descanso, al compartir, a meditar o a charlar de la vida. Cuando se toma mate no se hace más nada, todo gira alrededor del mate.
Este ritual es una excusa también para conciliar, para conocer, para dialogar, para acercarnos a otro o para conquistar, por eso la primera vez que un argentino me pretendió se me acercó a ofrecerme un mate, sabiendo que si lo aceptaba podríamos tener una larga conversación.
Otra grata sorpresa fue descubrir que los argentinos, esos seres con acento bonito y fama de egocéntricos y altaneros, no le niegan un mate a nadie. Aunque al principio me daba asombro ver que de la misma bombilla tomaban mate todos, me gustó muchísimo descubrir la naturalidad y sencillez con la que los argentinos estiran la mano y le ofrecen un mate a cualquier persona; con deseos de compartir realmente sinceros te invitan a que participes de su ritual más preciado.
Como todo ritual, tomar mate tiene reglas que pueden variar en cada caso, lo primero y más importante es que no hay una única forma de prepararlo (cebarlo), cada quien lo toma y prepara a su gusto. El que ceba el mate se toma uno antes de empezar la ronda, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, o por orden de llegada, aunque eso siempre termine mal. Los mates se pueden tomar dulces o amargos, el punto medio se complica. Dicen que al que le toca el último mate se casa pronto. Si te demoras mucho tiempo en rotar el mate escucharás en forma de chiste: le estás enseñando a cantar? Le estás enseñando a hablar? lo conocés a Tomasolo? (tomás solo?). Si dices que está muy caliente te dirán: Y bueno, bancátela. Si tienes confianza con el que está cebando ya le podrás decir cuando la yerba esté lavada (ha perdido su sabor) sin que te mire raro y te tome por confianzudo. Decir gracias significa que no quieres más mate, al principio dirás “gracias” cada vez que recibas un mate y tendrás que aclarar que no es que no quieras más, es que en tu país se dice gracias por todo. Lo último y más importante, el mate no se revuelve, la bombilla no la muevas bajo ninguna circunstancia.
Entonces, cuando llegues a Argentina espera el precioso instante en el que un argentino te invite a tomar unos mates juntos. Ahí, haz silencio y mira sus gestos delicados cebando el mate con parsimonia y maestría; ríe cuando diga que él, o ella, prepara los mejores mates de Argentina, realmente todos (as) dicen lo mismo. Pruébalo, habla, quémate el paladar, pide que a los primeros les ponga azúcar para menor impacto, no te preguntes ni comentes nada respecto al sabor, tú ríe, agradece y disfruta lo que estás viviendo, porque el mate más que una bebida es una experiencia argentina a la que ahora perteneces.


martes, 17 de marzo de 2015






«El encuentro de dos personas es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman» 





Carl Jung


viernes, 13 de marzo de 2015

Allí donde haya odio pongas el amor,
 donde haya ofensa pongas el perdón, 
donde haya tristeza pongas alegría,
 y donde haya tinieblas pongas su luz divina.


San Francisco de Asís


martes, 10 de marzo de 2015


"... Eres una mujer enamorada de la vida, un punto de referencia para todos aquellos con quienes has compartido tu amistad.

Eres un sueño, una diosa de la felicidad, una artista que ha tocado mil almas.

Has vivido una vida completa y no has querido nada más, porque tus necesidades eran espirituales y para eso solo tenías que buscar en tu interior.

Eres buena y leal, capaz de ver belleza allá donde otros la ignoran.

Eres una maestra de lecciones maravillosas, una auténtica soñadora de bondad. "





Diario de una pasión. Nicholas Sparks